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- El empate más sabroso de toda mi vida.
Posted by : Alex González
martes, 24 de noviembre de 2015
Dicen que muchas veces el cerebro, para evitar volverse
loco, olvida muchos disgustos y no almacena en su memoria experiencias malignas
y así no peta de la emoción desagradable.
Bien, no lo he explicado como Freud
podría, es cierto, pero no es lo que importa en este pequeño relato.
Mi padre, viendo por el 95, que mi sevillismo me estaba empezando a
desvariar la cabeza y que el puto veneno del fútbol iba contagiándome poco a
poco a cuenta de los goles de Suker y Monchu, me vino un día y me dijo si
quería que fuéramos a ver el Sevilla FC ese domingo. El pobrecito de mí, que ya
me sabía el calendario y la posible alineación del rival, tuve que decirle que
jugábamos fuera, que mejor un partido en casa. Y tras una semana de nervios, mi
padre fue a la Teatral, allí en la calle Tetuán y compró dos entradas para
fondo para el partido contra el Valencia, que su hijo, el pedante, quería ver
al Sevilla FC insitu.
Febrero del 95. Allí estaba. Me vestí con mi chalequito rojo –por aquel entonces todavía no me habían comprado ninguna camiseta oficial- y más guapo que todas las cosas, caminito de Nervión.
Febrero del 95. Allí estaba. Me vestí con mi chalequito rojo –por aquel entonces todavía no me habían comprado ninguna camiseta oficial- y más guapo que todas las cosas, caminito de Nervión.
Como mi padre no
tenía mucha costumbre en los últimos años de ir al fútbol a cuenta de mi madre
-siempre me recuerda que dejó de seguir el fútbol por culpa de su exesposa, lo
de mi padre tiene gracia, lo hablaremos en otro artículo-, nos metimos por Fondo
directamente, sin ver el mosaico monumental de Preferencia y recuerdo vagamente
cómo era el estadio por fuera en aquel entonces. Pero me daba igual, no me
fijaba en nada. Ese día me metían en Wembley o en el Municipal de Cartaya, que
no hubiese notado la diferencia. Solo pensaba en que empezara el partido. ¡Ojo!
Y en un posible debut, que nunca se sabe si van a necesitar a un hincha de
última hora, menor de 8 años, que pueda sustituir a Cortijo ante una grave
lesión. Yo pensaba así. A lo mejor con las lupas que llevaba no defendía bien
los córners, pero estaba seguro de que el míster lo entendería.
No recuerdo la alineación, solo jugadores sueltos.
Evidentemente, Suker, que metió el gol del Sevilla y Zubizarreta, que el cabrón
paró muchísimo esa tarde o, por lo menos, me parecía a mí.
Uno de los problemas que yo tengo con el fútbol es que tengo
una memoria penosa. No sé si me he trillado demasiado la cabeza estudiando
tantos años una carrera técnica o si es que la asquerosa genética me recuerda
que si me río de mi padre porque nunca se acuerda de nada, yo también debería
callarme. Pero el caso es que no tengo cojones de acordarme de contra quién
hemos jugado este fin de semana y cómo fueron los goles. Solo soy capaz de
recordar los más emocionantes, los que asocio a una experiencia vivida o… nada,
poco más soy capaz de recordar. Así que imagínense de qué me puedo acordar yo de
ese día.
Pues me fui con la cara partía. Sí. Perdiendo 1-3. Puto
Valencia y puto Mijatovic. Y a ver qué coño cuento yo mañana en el colegio si
digo que he ido al Sánchez Pizjuán y ha perdido el Sevilla FC. El mamón de la
clase es capaz de decir que soy gafe, entonces ese halo de superstición ya me
acompañaría toda mi vida, no solo en el colegio, sino que en mi interior
pensaría que eso es cierto, que el Sevilla FC perdió por mi culpa y no podría
volver al Sánchez Pizjuán si quería que ganásemos la liga, ese deseo lejano de
cualquier niño sevillista de la época. La puta liga, chaval. Se nos iba porque
a mi padre se le ocurrió llevar al gafe de su hijo. Joder, qué daño hacen los
cabrones en los colegios. Menos mal que me callé como una puta al día siguiente
y no dije nada. Enorme el esfuerzo entre mi yo interior y mi Pepito Grillo para
forzar un pacto de silencio que no perjudicara a mi yo del futuro.
El tiempo pasó. Y con ese tufillo a mala superstición que me
acompañaba en cada temporada, pasaron los años. Recordaba que, no solo el
partido del Valencia fue testimonio de mi gafera. El primer partido de la
temporada, el primer resultado que apunté en el calendario del álbum, fue un
puto 1-4 contra el Real Madrid. Y en la jornada que yo nací, el 7 de marzo del
1987, el Real Madrid también nos meaba las cachas. ¿Casualidad? Imposible.
Estaba clarísimo, pero lo guardaba en silencio y no decía nada.
Sin embargo, en una "previa" de estas que se hacen en los
aledaños de nuestra bombonera, recientemente, no hace más de un par de
temporadas, estaba con unos amigos muy sevillistas. Entre ellos, una de las
personas que más admiro como sevillista y como futbolero, mi amigo Dani. Es una
auténtica enciclopedia sevillista, no solo porque se acuerda de la mayoría de
resultados de nuestro Sevilla FC, sino porque ha vivido muchísimos partidos
insitu con sus 25 años de carnet y porque ha viajado con el equipo en autobús
como un auténtico ultra.
Pues hablando de nuestras primeras experiencias en el
Sánchez Pizjuán -se sobreentiende que asistiendo a partidos, no se habla de
mujeres y mariconadas durante una previa- le conté mi historia y me dijo que
era imposible, que ese resultado nunca se había dado y me empecé a preocupar.
Hostia, a que tengo amnesia. A que no fui al partido y mi padre me metió una
bacalá enorme. A ver si era otro. Qué coño, si era Zubizarreta el medio calvo
ese que se las paraba todas. Yo he visto la entrada en mi casa, la tengo
todavía en mi mesa de noche, carajo. Entonces, cuando llegué a mi casa, vi la
entrada, miré la fecha y la puse en internet. Me enteré, a los casi diez años
después, que el Sevilla FC había empatado. 1-1 fue el resultado final. Pero
¿qué clase de mongolo va a un estadio y se imagina dos goles en contra en vez
de pensar que ha ganado? ¿cuál fue el nivel de tensión en mi interior que me
hizo pensar que nos habían metido tres putos goles? ¿Qué enfermo no comprueba
eso en más de quince años?
Pues yo.
Este sábado tenemos un partidazo en nuestro estadio. En estas dos últimas temporadas, el odio se ha ido incrementando entre ambas aficiones tras aquella semifinal de Europa League y su Mbiazo... los periolistos no es que ayudaran mucho, al revés, fomentaron aquel fuego iniciado por "Gianfantino", el calvo de las bolitas en los sorteos, que nos emparejó fatídicamente para Pizzi o Mathieu.
El fuego sigue vivo, la rivalidad aún existe, más que nada por el nivel parejo de los equipos y la lucha de ambos por un mismo objetivo: coger algo de lo que suelten los ultragrandes de nuestra liga. Ninguno de los dos estamos demasiado bien este año... razón de más para pegar un bocado al rival y dejarlo desangrarse por debajo nuestra. Sí, muy explícito, pero muy real.
Ah, el miércoles tenemos Champions. En Alemania. Nos jugamos el pase a Octavos, el pase
a Europa League o tener las tardes de entresemana tranquilitas. Pues eso.
Este sábado tenemos un partidazo en nuestro estadio. En estas dos últimas temporadas, el odio se ha ido incrementando entre ambas aficiones tras aquella semifinal de Europa League y su Mbiazo... los periolistos no es que ayudaran mucho, al revés, fomentaron aquel fuego iniciado por "Gianfantino", el calvo de las bolitas en los sorteos, que nos emparejó fatídicamente para Pizzi o Mathieu.
El fuego sigue vivo, la rivalidad aún existe, más que nada por el nivel parejo de los equipos y la lucha de ambos por un mismo objetivo: coger algo de lo que suelten los ultragrandes de nuestra liga. Ninguno de los dos estamos demasiado bien este año... razón de más para pegar un bocado al rival y dejarlo desangrarse por debajo nuestra. Sí, muy explícito, pero muy real.
Ah, el miércoles tenemos Champions. En Alemania. Nos jugamos el pase a Octavos, el pase
a Europa League o tener las tardes de entresemana tranquilitas. Pues eso.
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