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- La necesidad de jugar finales
Posted by : Alex González
miércoles, 4 de mayo de 2016
Quizás puedan acusarme de ventajista si escribo esto que van a leer a
estas alturas de la competición, a las puertas de otra noche mágica en
Nervión.
Puede que no comprendan mucho de lo que escribo, porque hay cosas que es mejor vivirlas, y algunas son tan personales que pueden ser para el que lee algo muy frío y para el que escribe algo apasionante. Pero creo que ustedes han vivido algo parecido o "de otra manera" con sus familias. Seguro.
Por la bendita costumbre que está cogiendo nuestro Sevilla de llegar a semifinales un año tras otro, las costumbres por feria y por el mes de mayo van cambiando en mi familia. Supongo que a estas alturas de la película ya me habrán leído lo poco que nos hace falta en mi casa para que nos reunamos unos cuantos de primos y tíos para celebrar algo. Y vaya si estamos celebrando, me cago en la leche.
Tampoco creo que les tenga que recordar los abril y mayo de los tres últimos años. Por si acaso: Erbeti, Villarreal, Valencia, Benfica, Zenit, Fiorentina, Dnipro, Athletic y Shaktar. Me encanta cuando dicen que no nos hemos enfrentado a rivales de identidad.
Pues resulta que tras un jueves de Feria sentados en una confiteria de la calle Asunción viendo el partido contra el Zenit, acordamos a la mañana siguiente entre mis primos y yo, reunirnos en mi casa para ver la vuelta contra la Fiore. Así lo hicimos. Cuando el partido se resolvió en un par de lances, pues hicimos lo propio con la final: nos reuniremos para ver la final de Varsovia.
Y a las dos semanas, todos vestidos de rojo, llenamos mi salón:
Allí estaba mis primos Miguel y Fernando, mi hermana Eugenia, mi hermanito chico -que lo es por parte de madre y no de padre- y mi padre, propiamente, del que ya hablamos en este otro artículo y al que hicimos comprar algunas viandas como quesos de untar, fuet, embutidos y porquerías varias que, aunque no quitaran el hambre, nos engañara el estómago mientras no podíamos despegar la mirada del televisor. Aparte de la consabida Coca Cola Zero, que se mantiene a flote en la compañía más grande de refrescos gracias a la insistencia de mis dos primos diabéticos, mi hermana maniática con la Zero y un servidor, que por no pedir una botella sólo y exclusivamente para mí pues se adapta al sabor de la Zero.
Tras este espacio publicitario gratuito, que es lo que más me jode, continúo.
No fueron pocos los nervios que se palparon en el salón, ni trocitos de regañá y de fuets que terminaron rodando por el suelo a cuenta del árbitro y las cabalgadas de un tal Konoplyanka. Pero con el 2-2 en el marcador, en un rebote mal despejado de la defensa ucraniana y con Bacca solo con el portero y el balón entremedio, mi salón se convirtió en un agujero oscuro y profundo en el que todos nos transformamos en algo que no sé si somos o es que lo llevamos por dentro. Gol.
Mi primo Miguel celebró el gol tirándose al suelo de rodillas, como si fuera el mismo Carlos Bacca, señalando al cielo y sin sentir las dos operaciones recientemente hechas en los meniscos y las rodillas.
Mi primo Fernando llevándose las manos a la cabeza llorando y dando vueltas sobre sí mismo.
Mi hermana besándome el claro que empieza a aparecerme por la coronilla, mientras que yo, caído en el suelo, apoyaba la espalda en el sofá, con las manos levantadas y llorando.
Mi hermano, enganchado a la pierna de mi padre, celebrándolo con él y medio llorando también.
Ninguno fuimos conscientes de lo que estábamos haciendo. Ninguno caímos en lo que salía de nosotros. Se acabó el partido. Bufanda, bandera, camiseta y camino de la Puerta de Jerez.
Con el tiempo analicé ese momento de explosión. Y aquí está escrito. No fue exactamente como lo he contado, seguro que me he dejado un detalle en la mochila. Es imposible acordarse de algo si no merece verdaderamente la pena. Fue un momento mágico. Único. Ruego que vuelvan a leer a cada uno de mis familiares, cómo estábamos y cómo terminamos. Magia pura. Demente.
Y eso me hace falta. Yo lo necesito. Tengo la necesidad de jugar finales. De llegar a ellas. De jugar semifinales contra grandes de Europa y decirles desde mi casa: "Mirad, estamos locos". Quiero llenar mi casa todos los meses de abril y mayo de la mayor de las alegrías, de la mayor de las celebraciones, de la mayor de las historias. Quiero llegar a las finales.
Fue el jueves pasado la última vez que nos reunimos en mi salón. Nos reuniremos en el partido de vuelta. Y esperamos tener que volvernos a ver en mi salón cuando defendamos de nuevo nuestra Copa. Lo necesitamos. Necesitamos jugar finales.
Puede que no comprendan mucho de lo que escribo, porque hay cosas que es mejor vivirlas, y algunas son tan personales que pueden ser para el que lee algo muy frío y para el que escribe algo apasionante. Pero creo que ustedes han vivido algo parecido o "de otra manera" con sus familias. Seguro.
Por la bendita costumbre que está cogiendo nuestro Sevilla de llegar a semifinales un año tras otro, las costumbres por feria y por el mes de mayo van cambiando en mi familia. Supongo que a estas alturas de la película ya me habrán leído lo poco que nos hace falta en mi casa para que nos reunamos unos cuantos de primos y tíos para celebrar algo. Y vaya si estamos celebrando, me cago en la leche.
Tampoco creo que les tenga que recordar los abril y mayo de los tres últimos años. Por si acaso: Erbeti, Villarreal, Valencia, Benfica, Zenit, Fiorentina, Dnipro, Athletic y Shaktar. Me encanta cuando dicen que no nos hemos enfrentado a rivales de identidad.
Pues resulta que tras un jueves de Feria sentados en una confiteria de la calle Asunción viendo el partido contra el Zenit, acordamos a la mañana siguiente entre mis primos y yo, reunirnos en mi casa para ver la vuelta contra la Fiore. Así lo hicimos. Cuando el partido se resolvió en un par de lances, pues hicimos lo propio con la final: nos reuniremos para ver la final de Varsovia.
Y a las dos semanas, todos vestidos de rojo, llenamos mi salón:
Allí estaba mis primos Miguel y Fernando, mi hermana Eugenia, mi hermanito chico -que lo es por parte de madre y no de padre- y mi padre, propiamente, del que ya hablamos en este otro artículo y al que hicimos comprar algunas viandas como quesos de untar, fuet, embutidos y porquerías varias que, aunque no quitaran el hambre, nos engañara el estómago mientras no podíamos despegar la mirada del televisor. Aparte de la consabida Coca Cola Zero, que se mantiene a flote en la compañía más grande de refrescos gracias a la insistencia de mis dos primos diabéticos, mi hermana maniática con la Zero y un servidor, que por no pedir una botella sólo y exclusivamente para mí pues se adapta al sabor de la Zero.
Tras este espacio publicitario gratuito, que es lo que más me jode, continúo.
No fueron pocos los nervios que se palparon en el salón, ni trocitos de regañá y de fuets que terminaron rodando por el suelo a cuenta del árbitro y las cabalgadas de un tal Konoplyanka. Pero con el 2-2 en el marcador, en un rebote mal despejado de la defensa ucraniana y con Bacca solo con el portero y el balón entremedio, mi salón se convirtió en un agujero oscuro y profundo en el que todos nos transformamos en algo que no sé si somos o es que lo llevamos por dentro. Gol.
Mi primo Miguel celebró el gol tirándose al suelo de rodillas, como si fuera el mismo Carlos Bacca, señalando al cielo y sin sentir las dos operaciones recientemente hechas en los meniscos y las rodillas.
Mi primo Fernando llevándose las manos a la cabeza llorando y dando vueltas sobre sí mismo.
Mi hermana besándome el claro que empieza a aparecerme por la coronilla, mientras que yo, caído en el suelo, apoyaba la espalda en el sofá, con las manos levantadas y llorando.
Mi hermano, enganchado a la pierna de mi padre, celebrándolo con él y medio llorando también.
Ninguno fuimos conscientes de lo que estábamos haciendo. Ninguno caímos en lo que salía de nosotros. Se acabó el partido. Bufanda, bandera, camiseta y camino de la Puerta de Jerez.
Con el tiempo analicé ese momento de explosión. Y aquí está escrito. No fue exactamente como lo he contado, seguro que me he dejado un detalle en la mochila. Es imposible acordarse de algo si no merece verdaderamente la pena. Fue un momento mágico. Único. Ruego que vuelvan a leer a cada uno de mis familiares, cómo estábamos y cómo terminamos. Magia pura. Demente.
Y eso me hace falta. Yo lo necesito. Tengo la necesidad de jugar finales. De llegar a ellas. De jugar semifinales contra grandes de Europa y decirles desde mi casa: "Mirad, estamos locos". Quiero llenar mi casa todos los meses de abril y mayo de la mayor de las alegrías, de la mayor de las celebraciones, de la mayor de las historias. Quiero llegar a las finales.
Fue el jueves pasado la última vez que nos reunimos en mi salón. Nos reuniremos en el partido de vuelta. Y esperamos tener que volvernos a ver en mi salón cuando defendamos de nuevo nuestra Copa. Lo necesitamos. Necesitamos jugar finales.
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