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Posted by : Alex González miércoles, 2 de marzo de 2016


No puedo hablar de mi enfermedad sin hablar de otro enfermo, mi amigo Francisco Luis.
Francisco Luis es un amigo de toda la vida. Coincidimos en cuarto de primaria y nos hicimos grandes amigos, el mejor de mi infancia, sin duda. Su familia me quería muchísimo y la mía a él. Entre otras cosas, porque Luichi, su abuelo, había jugado en el Sevilla FC con un hermano de mi abuela, Fernando. La historia de este Fernando también tiene guasa, y merece la pena que hagamos un paréntesis para contarla.
Este Fernando jugaba en el Sevilla Atlético como portero, canterano vaya. Hizo una temporada enorme, fue un gran portero y muy conocido en la Sevilla futbolera de los cincuenta o los sesenta. Tanto es así, que el entrenador de la primera plantilla, no me pidáis nombre o apellidos, lo convocó para jugar con el primer equipo.

Mi abuela, hermana inocente, adorable y buena persona, siempre nos dijo que tuvo mala suerte y que al final no llegaron a convocarlo. Pero eso no es cierto del todo. Por lo visto, en la tarde que le comunicaron la noticia de que el entrenador lo había llamado, los amigos del Sevilla Atlético lo invitaron a cenar para celebrarlo. Con tan mala fortuna que, claro, lo que suele pasar cuando uno va en este plan: termina con una borrachera enorme que le motiva a imitar cualquier palio sevillano por una callecita estrecha, con sus levantás a pulso incluidas. Pues eso, que la cogió gorda. Y cuando el entrenador se enteró de que por la mañana no tuvo cojones de levantarse sin escuchar las campanas de la catedral en su interior, lo desconvocó y, por eso, mi tío abuelo nunca llegó a debutar. No voy a culpar a ese hombre de que yo no viva en una mansión de lujo, no era Oliver Kahn, supongo, ni me iba a llegar un duro. Pero ya podía haberse cuidado una mijita, para que yo pudiera decir “Mi tío abuelo (a veces lo de tío se obviaba) era portero del Sevilla FC”. Pues no.

El caso, y volviendo a lo que contaba de mi amigo Francisco Luis. Siempre me prestaba el carnet para ir al gol norte con él y su familia. Al tiempo, y gracias a esto, mi padre me sacó mi primer carnet y desde entonces soy socio. Por lo tanto, es algo que le debo a esta familia.

Francisco Luis tenía una prima, y tiene todavía, que era guapísima, y sigue siéndolo. Con pelo largo, seis años mayor que yo y por tanto, en época de merecer por aquel 1999 que les voy a contar a continuación. La muchacha era un encanto y tenía un cuerpazo que no veas. Ahora no sé si decir que lo sigue teniendo porque, aunque sea verdad, yo tengo novia formal y me puede costar varias jornadas de sanción. Bueno, 18 añitos benditos en una muchacha que, encima, era sevillista de las buenas.

Y en una tarde noche de invierno de 1999, nos enfrentábamos al FC Barcelona en nuestro estadio. Ese día fuimos mi amigo Francisco Luis, su prima y yo. Y un cabrón. Sí, de buenas a primeras me entero de que la chavala tiene novio. Y se lo lleva al fútbol. Pero, ¿qué clase de relación es esa? No lo entendía. No solo iba a ver cómo el Barcelona se iba a cachondear de mi equipo, que no había ganado ni un puto partido de liga hasta esa fecha, sino que iba a sentir puñaladas en mi corazón cada vez que aquel niñato se arrimara a la prima de mi amigo.

Empezamos marcando, pero no sentí nada. Fue una mezcla de putos celos unido a la resignación de saber que tarde o temprano Rivaldo y toda la peña iban a meternos cuatro goles, que eso no se debería ni llamar remontada. Ese año, por muy motivado que estuviera por el ascenso del año anterior, no había cojones de ganar un partido. Muchos sevillistas aún recordarán el partido que les digo y muchos pensarían como yo en aquel instante. Bueno, en lo futbolístico.

Como era de esperar, nos remontaron. 1-2. Vaya, qué sorpresa. Pero una extraña ambición en el interior de los once jugadores sevillistas que deambulaban aquella noche por el césped del Sánchez Pizjuán y un “por cojones” que provocaba la grada con su constante animación desde los Biris, cometieron el milagro. Conseguimos empatar. 2-2. Me llevé las manos a la cabeza, lo celebré y se me pasaron los celos, ya el fútbol era el único que no me abandonaba.

Y si raro fue empatar, más raro era que Víctor Salas y Juan Carlos consiguieran hacer una jugada que terminara con el gol que nos diera la remontada. Sí, señores, 3-2. Nuestro Sevilla FC no había ganado ni un partido de liga y ese sábado se propuso remontar un 1-2 al Barcelona. Con dos huevos.


En la grada estábamos que no nos lo creíamos, pegando botes, quitándonos los chaquetones y los abrigos de la emoción. La prima de mi amigo se enroscó en un hermoso beso con su novio que casi le cuesta la muerte a la pareja al poner uno de ellos un pie entre los asientos, inclinarse hacia atrás y no tener fuerzas para volverse a levantar. Pero ahí estaba yo, el héroe de la noche. Aquel que sintió dolor cuando vio que la prima de mi amigo estaba con otro hombre. Aquel que depositaba todas las esperanzas en un dos en la quiniela del partido. Y sin pensarlo un momento, fui a salvarla a ella –al otro que le jodan, si se cae que alguien lo recoja- y la agarré, pero la agarré como solo un caballero podría hacerlo con su doncella. Le cogí de la teta. Con dos cojones. En cuanto volvió a tierra firme, ella me dio un abrazo y celebramos la remontada sin el capullo por medio, hundido en la fila de asientos de abajo y humillado en la derrota porque aquel caballero victorioso le salvó la vida a su novia. Y encima remontamos.

Algunos marcarían esta fecha como la pérdida de virginidad. Yo no. Yo fui un caballero. Nunca más se habló de este tema con nadie. Supongo que ella ni se daría cuenta. Puede que se lo dijera a mi amigo por si su prima le decía algo, no lo recuerdo. Yo marqué el calendario como la primera remontada guapa que recuerdo. Remontada a favor. Porque la primera remontada que yo recuerdo fue en la 96/97, contra un Real Sociedad que iba perdiendo a poco del final del partido.

También iba con mi amigo y su familia, fue cuando empecé a ir al estadio, perdón, Estadio. Ese año íbamos chungos también, teníamos un pintazo a segunda que no nos lo quitaba ni el tato. Y lo que ocurrió es que ese Sevilla FC glorioso que terminaría en Segunda División era capaz de regalar partidos como ese y dejar que los de Anoeta remontaran en cinco minutos. Terminamos con Monchi llorando bajo palos. Y, si no recuerdo mal, fue el debut de Jose Mari, canterano que se nos escapó al Atlético de Madrid por dos duros, aprovechando los de la capital la tiesura que llevábamos en lo alto. La historia del chavalín con los años también es de coco y huevo, pero dejémoslo ahí.

Gracias a Dios y aunque mucho tiempo tuviera que pasar, remontadas históricas se vieron enormes después, como esa eliminatoria de Europa League contra el eterno rival de la ciudad. Quien diga que alguien lo ha pasado peor que cuando nos encajaron dos goles, uno de los tres últimos clasificados de la liga, miente como bellaco. El derbi es derbi. Y encima en UEFA (o en güefa en latín). Por suerte, pude verlo en el Villamarín “en vivo”. La mala suerte, si es que hubo aquella noche, es que lo tuve que ver con el carnet de un bético en territorio comanche, rodeado de criaturitas verdecillas que, con el paso del cronómetro, veían cómo se les venía abajo cualquier esperanza cimentada por Pepe Mel y los suyos en la ida de la eliminatoria.

La celebración de los goles las hice levantando los brazos, haciendo un gesto que podría parecer una protesta por el gol en contra y una celebración a favor en el palco. Fue genial la capacidad de mímica y contención que desarrollé en una noche. En los penaltis no tuve cojones de verlos sentado. Me balanceaba como un niño loco y miraba pa arriba en cada penalti –espectacular también la forma en la que casi me asfixio conteniendo la celebración-. Y cuando se terminó la tanda de penaltis, me llevé las manos a la cabeza, empecé a llorar y la gente de alrededor empezó a consolarme pensando que era uno de ellos, debían estar acostumbrados los pobres. Salí inmediatamente de aquel campo, recorrí la Avenida de la Palmera corriendo como Navas por la banda, llorando a lágrima viva. Cuando llegué al puesto de “Los Monos” empecé a gritar improperios y barbaridades contra una hinchada que me había arropado en los peores momentos. Sí, en calidad de persona tengo cierto déficit, pero era un derbi. Un derbi europeo.

Otras remontadas claro que se recuerdan, pero no eran iguales a las contadas. Algunas al Real Madrid en nuestro feudo y otras tantas que nos hicieron quitarnos la bufanda de los nervios y el chaquetón del sofocón. Todas especiales, pero como la primera va a ser difícil que la recuerde.

A todo esto, Francisco Luis sigue siendo mi amigo. Me sigue dirigiendo la palabra y es un tío espectacular. Su prima también.

Y todo este tocho no lo escribo porque sí, lo escribo porque esa misma bestia del 99, la tuvimos, mejorada, este fin de semana. Y el sustito por lo menos se lo llevaron. Igual que en Tibilisi, que tras ir perdiendo 4-1, igualamos el partido y forzamos la prórroga, aunque una falta mal defendida le diera el título a los catalanes.Pues resulta que es el otro finalista de Copa del Rey. No va a ser fácil, pero va a estar apasionante, sólo hay que ver nuestros últimos enfrentamientos.

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