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Posted by : Alex González domingo, 2 de septiembre de 2018


Pongamos que estamos en el bar de un hotel, céntrico, de lujo. El bar sirve cócteles - o cocktails-. No me importa porque yo no bebo. Pero pongamos que esa noche -porque era de noche, después de un partido- estaba bebiendo un cóctel exclusivo que el barman sólo me prepara a mí. De fondo, sonaba un piano y algún instrumento más, interpretando canciones de jazz suave, en plan "chill out" que se dice ahora. Era el hilo musical que salía por unos altavoces discretos, puestos en las esquinas del bar. El camarero -barman dije antes para darle cierto toque snob- llevaba la típica chaquetilla blanca de estos sitios tan elitistas, y llevaba un rato recogiendo las mesas, limpiando la barra y organizando cosas en el almacén de dentro. Ya no quedaba nadie salvo yo en el bar. Quedaba poco para cerrarse. Miré la hora en el Viceroy que me regaló hace unos años mi mujer, casi ex-mujer a cuenta del fútbol. Era tarde. Muy tarde.

-Menos mal que te has quitado la chaqueta verde. Vaya si era fea.

-Pero yo el verde lo llevo dentro, don Alejandro.

-Sí, por eso eres tan feo.

Se rió con mi comentario. Volví a agachar la cabeza y a mirar el fondo del vaso con lo que quisiera Dios que llevase aquél cóctel exclusivo. Alguien llegó por detrás y se sentó en la banqueta alta de al lado.

-Póngame lo mismo que al caballero.

El camarero me miró buscando aprobación, para que tuviera mi permiso y poder reproducir el mismo cóctel a otra persona. Asentí con un breve gesto, sin levantar demasiado la cabeza ni apartar la vista del interior del vaso. Su voz sonaba de fuera, como de Castilla.

-¿Qué ha pasado al final?- pregunté sin mucho interés.

-Pues lo que tenía que pasar.- me miró y esbocé una ligera sonrisa, soltando un pequeño gruñido simulando un "Entiendo".

-¿Qué quieres que haga? Hasta que no entren en dinámica los nuevos delanteros, aquí no hay quien tire entre los tres palos...

-Ya te lo avisé. Por lo menos esta vez teníamos portero...

-Sí, joder, y veinte mil ocasiones para meter un gol de mierda. ¡Y vaya presión metéis en este pueblo!- parecía desesperado.

Hubo un pequeño silencio. El saxofón retomaba la acústica del bar y dejaba al piano en un segundo plano. Me giré y sonreí a Pablo:
-Señor Machín, sé que para uno de Soria esto puede ser el caos más absoluto: la ciudad, el club, la afición... aquí estamos locos. Lo sé, lo sabemos. Como una puta cabra. Poco a poco irá sabiendo cómo funciona todo, no es fácil. Lo comprendo. Pero tenga una cosa clara: los locos somos nosotros, la grada. No se engañe con lo que suene en sus despachos, lo que le digan, lo que le vendan... bah, pase. Usted oiga a la grada. Puede que la mayoría no tenga ni puta idea de fútbol. Casi nadie sabe. Pero tienen una cosa muy clara: el escudo no se mancha. No sé qué conocerá de otros clubes y de otros sitios, esto es otro mundo, esto es Sevilla.

-Me lo avisaron.

-Entonces le habrán avisado que el NON PLUS ULTRA lo inventamos aquí. No hay más allá. Morirán con su idea, con su equipo, en su estadio. No les toque los cojones, coja una espada y vaya con ellos, pero nunca contra ellos.

-Lo critican todo.

-Sí, es una mierda, pero funciona. Mucha gente ha fracasado aquí por tanta exigencia, pero ya le aviso sobre lo que ha visto esta noche: una celebración desbordada por llevarse más de doce años sin ganar un derby en su campo. Después les toman por el pito del sereno y en menos de un mes pasas de Campeón de Europa a triste colista conformista. Aquí se pide sangre si no se consiguen metas. Ya te he dicho que la mayoría de los que critican no tienen ni puta idea de fútbol. Téngalo en cuenta y sepa muy bien diferenciar las voces. Pero le insisto, vaya a muerte con la grada. Y déjeselo claro a los chavales.

Volví a girarme, el consejo o advertencia me dio sed. Di un nuevo trago y estuvimos un rato en silencio. Él me miraba cada dos por tres, como queriéndome decir algo que no se atrevía. Yo levantaba la mirada de vez en cuando y clavaba mis ojos en las botellas de ginebra que había en la estantería de detrás de la barra. Localicé el equipo de música que conectaba con el sonido ambiente. Por un momento sentí las ganas de saltarme la barra y arrancar el dispositivo de una patada, para callar al puto piano. Pero entendí que esa musiquilla le daba cierto glamour a la conversación y a la escena, al más puro estilo de una película de espías o de fugitivos de los años 40 estadounidenses.

-¿Has pensado ya lo que te dije?

Sabía que me lo preguntaría. Seguíamos mirando a los vasos. Yo tenía el mío entre las manos, tocándolo levemente con la punta de los dedos. Él tenía los brazos cruzados y los codos apoyados en la barra, parecía que quería mover el vaso sólo con la mirada.

-Sí, sigo sin querer volver, señor Machín.

-Sólo serían unos meses, mientras me hago con el equipo y la ciudad.

-Para eso están Joaquín y Carlos.

-Demasiado profesionales, demasiado sevillistas.

-¿Yo no lo soy?

-No lo sé, tú no cobras por fútbol. Ellos sí.

Sonreímos y le tuve que dar la razón. Entonces, en un nuevo silencio, sonó el chasquido del hielo en mi vaso, se derretía y se iban acomodando los cubitos en el fondo.

-Ya estoy casado, señor Machín. Casado y cansado. Quiero ver los toros desde la barrera, Ya sabe que aquí somos muy aficionados a los toros, ¿verdad?

-Sí, lo sé. Pero eso, "desde la barrera"...- asentí nuevamente con un gruñido.

-Deja lo de los aviones, sólo un tiempo, seguro que lo entienden en tu empresa.

-No, yo soy ingeniero, señor Machín, lo del fútbol ya pasó. Adiós, aquí esta mi pizarra, mis fichajes y el que quiera que me pida los petos, que los tengo hasta lavados y planchados.

-No sabes lo que te pierdes.- me advirtió Pablo.

-Sí, lo sé, por eso prefiero verte desde fuera. Leer Twitter, reírme, utilizar palabrotas cuando un sinvergüenza nos robe un partido, odiar otros escudos...

-Algún día volverás y el Sevilla será tu casa.

Me bajé de la banqueta y recogí mi chaqueta. Hasta ahora no he dicho que, aunque hiciera calor, yo llevaba chaqueta porque era un sitio elegante, pero sí, llevaba camisa y traje, como Pablo. Solté un billete de diez.

-Esta vez pago yo.

-¿Ya te vas?

-Sí, demasiado tarde. Ah, una cosa antes de irme.

-Dígame.

-No quite nunca al Mudo Vázquez. El Mudo, señor Machín, el mudo es la clave.- decía mientras me alejaba con la chaqueta al hombro y la mirada de Pablo Machín en mi espalda.

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