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Posted by : Alex González domingo, 6 de diciembre de 2015

La mayoría de la gente piensa que el uso de razón se tiene cuando uno empieza a discernir entre el bien y el mal, o es capaz de debatir sobre temas interesantes, o se empieza a tener curiosidad por las cosas que le rodean… pues no. Para mí, el uso de razón lo empecé a tener cuando en mis manos tuve el primer calendario de liga que recuerdo, la temporada 94-95.

Ese calendario no venía en un folletito de estos que te dan en la pescadería con el Sevilla FC y er beti marcados en negro y la portada exactamente igual salvo por el color y el escudo. No. En esos calendarios podías encontrar fallos como que jugábamos el mismo fin de semana dos veces y contra rivales distintos, que en dos jornadas seguidas jugábamos contra el mismo equipo o que el año de fundación no se diferenciaba de cuando se fundó la pescadería del buen hombre que, para congraciarse con tu abuela, le dio un taquito “que eso le gusta mucho a los niños”. No. De esos no.
 Mi primer calendario estaba en las primeras páginas de un álbum de cromos. El de esa temporada. Bajo un color marroncito, con el Real Madrid como primer rival y con una tabla de puntos para que tú la rellenaras en cada jornada y fueras viendo cómo iba la cosa. Ese era el calendario. Ahí empezó mi futbolería.
Realmente no es mi futbolería, era el uso de razón. Yo estuve vestido con la equipación del Sevilla FC a la semana siguiente de salir del hospital cuando nací. Pero yo no elegí esa equipación. Gracias a Dios que mi familia paterna era sevillista de toda la vida, incluso algún familiar tuve jugando en el Sevilla Atlético y viviendo en la esquinita de gol sur. Pero de eso hablaremos más adelante. Ahora hablamos de ese acierto de ponerme, por aquel 1987, unas calzonitas blancas apunto de estallar a cuenta de mis cachitas rojizas y una camiseta con el escudo del Sevilla FC bordado en el pecho. Menos mal que no me vistieron de caramelo Pictolín. No lo hubiese perdonado nunca. A los pies, bueno, al lado mía, un balón Tango que mi padre tenía desde el Mundial del 82. Si supiera por aquel entonces Adidas que no tendría cojones de manejar con los pies un balón en condiciones durante toda mi vida, seguramente se negaría a participar en la foto y retiraría el balón del mercado.

Pues ahí todavía no se puede decir que yo fuera sevillista. Me niego. Fue una cosa impuesta. Yo fui sevillista cuando estando con mis amigos en el colegio, después de aquel puto derbi que perdimos en casa 0-1, en aquel 94 del que hablaba antes, los béticos se pusieron en una esquina del patio del colegio a cantar bravuconadas insultantes y descerebradas. Me di la vuelta, me puse en la fila de mi clase y dije en voz alta, con tan solo siete añitos: “Vaya atajo de subnormales”.

Sí, lo reconozco, yo con los derbis es que me pongo malo. Puede ser que me crié en esta franja de los noventa en la que los derbis eran frustrantes y enquistados, que llegar al colegio después de jugar en el Villamarín era una puta tortura, peor que si tuviéramos cualquier examen. Yo siempre fui muy empollón, notas altas y repipi con gafas culo de botella -¿quién no ha tenido unas gafas “Snoopy” y no ha tenido ganas ya de mayor de denunciar a la empresa diseñadora, al óptico por aconsejar así a tus padres y a tus padres por permitir el escarnio público?-, así que los controles de Cono, Mates o Lengua no eran más que una insignificancia al lado de la tragedia griega de perder un derbi. Es más, mientras veía o escuchaba el fútbol –sí, zagales actuales, el fútbol hubo una época en la que sólo lo radiaban, no lo echaban por la tele- ya estabas tenso pensando en la carita del hijo de la gran puta de tu compañero de mesa. Su risa era una amenaza en tu imaginación con cada ataque de Oli, Alfonsito, Ureña o Roberto Ríos. Qué sufrimiento de colegio.

Ese año, 1994, fue cuando me convertí en sevillista de verdad. Y, como dice mucha gente, “sevillista de los buenos”. Esa frase es bastante simpática. En nuestra gloriosa Ciudad –me niego a poner en minúscula Ciudad cuando hablemos de Sevilla- hay sevillistas buenos y sevillistas malos. Bueno, en realidad, no se dice “sevillistas malos”, sino “Este es sevillista pero ni ve los partidos ni na, solo se acuerda cuando gana”. Sí, de esos ha habido siempre. Esos te tocaban los cojones en el colegio cuando se apuntaban la victoria del fin de semana, estaban chuleando a los béticos y tú pensabas, “mamona, si tú no has sufrido lo que yo con el partido, cachoperro, qué vas a venir contando de ganar…”. Pero como era bueno para la causa, hundir en el mayor dolor y sufrimiento al bando opuesto, te callabas y le seguías el rollo. Eso siempre ha sido una técnica muy habitual en mí. Me callo, pero estás diciendo nada más que gilipolleces, y sé que sabes que lo pienso, se me tiene que notar en los ojos.

Un sevillista de verdad, por aquel entonces y a mi edad, era rezar todas las oraciones que Don Genaro, mi profesor de tercero de primaria, nos había enseñado en el colegio para que el Sevilla FC ganara. Hasta recitaba el “Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa” golpeándome el pecho como si ya estuviera viendo a Rafa Paz pasar el balón de una banda a otra. Necesitaba rezar mucho. Tenía que funcionar. Gran parte de culpa de mi poca fe y mi poco cristianismo viene de esto precisamente. El que yo rezara y el Sevilla FC no pasara de un triste empate asqueroso. ¿Cuánto tenía que rezar ese niño de siete años para que el Sevilla FC remontara? ¿O cuántos avemarías eran necesarios para compensar tres putos goles de Alexis, Oli y Cañas? Así es imposible creer en nada. Y así estoy, sigo enfadado por muchas remontadas en contra en el último minuto.

Así nací como sevillista, con un palo. Y eligiendo el camino difícil. Aunque ese año, bien es verdad, fuimos a UEFA. El año en el que fui por primera vez al Ramón Sánchez Pizjuán, algo que ya conté la semana pasada, jugando contra el Valencia CF...

Por lo tanto, no creo que ninguna decepción en esta temporada, por mayúscula que sea, consiga pararme de animar a un Sevilla FC y a un Emery que, para mí, "está Rey".

Lo de Coruña fue el enésimo partido asqueroso fuera de casa, pero se empató.
Y el martes se viene la Juve a pasar la tarde... como para estar decepcionado o dejar de querer a nuestro equipito.


Te quiero Sevilla, y te quiero desde hace mucho, no te voy a dejar, pero tú tampoco me toques los cojones, joder, que me tienes loco.

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