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Posted by : Alex González domingo, 14 de agosto de 2016


O como se ha difundido a través de los tiempos "Alea Iacta Est". La suerte está echada.

Dicen que estando Julio César a caballo en la Galia, justo en la frontera con la península itálica, y cruzando el río Rubicón, el célebre emperador pronunció esas palabras cuando vio que ya era definitivamente inevitable el enfrentamiento civil con Pompeyo. El hecho en sí no fue tan destacable, pero el río marcaba la frontera entre la provincia donde César tenía poder sobre sus tropas e Italia, a donde no podía acceder más que como un ciudadano normal sin poderes militares.

Cuando Pompeyo se enteró de la noticia, intentó trasladar su Corte y el Senado a Grecia huyendo de la posible enfrenta. En apenas tres meses, Julio César se hizo con Italia entera y, en vez de perseguir hasta Grecia a Pompeyo, retrocedió sobre sus pasos y llegó hasta la actual Lérida, donde derrotó a uno de las tropas de Pompeyo que quedaron rezagadas del ataque comenzado en la Galia.


Julio César se atrevió a dominar en un terreno que le estaba vetado. El triunvirato de Pompeyo, Craso y Julio César impedía que ninguno de los tres tuviera ambición y ansias de poder sobre las provincias gobernadas por cualquiera de sus compañeros. Pero se atrevió. Basta ya de dominar y guerrear en las inhóspitas tierras galas, donde los helvecios, arvernos y heduos le complicaban la vida sin parar al futuro dictador y emperador Julio César, para aumentar la grandeza y el orgullo de Roma, mientras Pompeyo vivía tranquilamente y aumentando sus arcas familiares sin moverse de su residencia en la Roma del 50 a.C.

Quizás porque por nuestras tierras también nacieron emperadores romanos o porque las lobas de nuestra ciudad amamantan a futuros legionarios hispalenses, hubo quienes se atrevieron a poner la pica en Flandes -ahora nos hemos movido más de mil quinientos años hacia adelante- y nos atrevimos a destrozar un triunvirato injusto y mal repartido.
Quizás por tantos años de gloria por Europa sin ser reconocidos en casa, en nuestro propio país, algunos nos cansamos y fuimos capaces de decir basta.

Entramos en tierra prohibida y, aunque muchas veces se libren y sobrevivan de las sangrientas batallas, ya temen de la actitud y la fiereza de las tropas hispalenses. Ya saben de nuestra entrega. Ya conocen nuestros pilums y nuestros scutums. Ya les quitamos terreno y provincias, ya no entran fácil por nuestra tierra y nos miran por encima del hombro; ya nos miran de "reojo" y nos respetan. Todo porque nos atrevimos a adentrarnos en terreno vetado.

Es la Supercopa de España otra provincia que verá nuestras tropas hambrientas de triunfos y victorias. Lo fue la Supercopa de Europa, aunque la derrota se nos presentara de forma tan cruel. Y si nuestro país no es capaz de reconocer el mérito que tiene nuestra lucha y nuestra causa es por la sencilla razón de que es más fácil vivir siendo un plebeyo al servicio del más tirano de los emperadores que tener que luchar cada vez que quieran quitarnos un trocito de nuestra gloria.

Ahora no, queridos rivales, ahora miraremos desde nuestro balcón de Itálica cómo nuestras legiones de soldados pelean y dignifican el nombre de Híspalis. Os disputaremos cada palmo de terreno, cada minuto que quede por pelear, la gloria tiene que ser nuestra. Y si no, seguiremos preparados para la próxima batalla.


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